Si
alguna ciudad del mundo es paradojal, tal vez sea la Ciudad de México.
Hacia
mitad del siglo veinte, la Ciudad de México todo era una fiesta.
Había
desarrollo, el país crecía, la clase media crecía, la población crecía, el
producto interno bruto crecía.
Vida
de día y vida de noche.
Se
rompían tabúes, se rompían esquemas.
De
noche surgía el desnudo y el erotismo por décadas reprimido.
Muchos
centros nocturnos eran, en realidad, centros para encontrar compañía.
Pero todo cuesta.
Y
la ficha para bailar cuesta.
Y
si es baile normal es más barato.
Y
si es abrazado sube el precio.
Y
si incluye tocamientos, pues más.
Había
montones de estos centros de baile solamente en la Colonia Obrera: El Barba
Azul, El Molino Rojo, El Caballo Loco, El Bar de los Artistas, Casa y Jacal del
Indio en México, El King Kong, El Balalaika.
En
esta historia, la paradoja es que Barba Azul es una leyenda de un noble francés
que asesinaba a sus amantes.
Era
un feminicida.
Y los hombres que asisten a este tipo de lugares
buscan la compañía de las mujeres. Vaya
nombre le pusieron. “Bar Barba Azul, Las leyendas del Barba Azul”.